Puesto ante
todos estos hombres reunidos, ante todas estas mujeres, ante todos estos niños
(sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra, así les fue encomendado), cuyo
sudor no nacía del trabajo que no tenían, sino de la agonía insoportable de no
tenerlo, Dios se arrepintió de los males que había hecho y permitido, hasta el
punto de que, en un arrebato de contrición quiso mudar su nombre por uno más
humano. Hablando a la multitud, anunció: “A partir de hoy me llamaréis
Justicia”. Y la multitud le respondió:
“Justicia ya tenemos, y no nos atiende”. Dijo Dios: “Siendo así, tomaré el
nombre de Derecho”. Y la multitud volvió a responderle: “Derecho ya tenemos, y
no nos conoce”. Y Dios: “En ese caso, me quedaré con el nombre de Caridad, que
es un nombre bonito”. Dijo la multitud: “No necesitamos caridad, lo que
queremos es una justicia que se cumpla y un Derecho que nos respete”. Entonces
Dios comprendió que nunca tuvo, verdaderamente, en el mundo que creía ser suyo,
el lugar de majestad que había imaginado, que todo fue, finalmente, una
ilusión, que también él había sido victima de engaños, como aquellos de los que
se estaban quejando las mujeres, los hombres y los niños, y, humillado, se
retiró para la eternidad.
José
Saramago
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